Investigación

¿Por qué los niños ven la misma película una y otra vez?

Muchos se lo preguntan y los científicos aclaran que hay una razón.

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Redacción ElNueve.com
16 de marzo de 2018 | 16:35

Todos nos hemos acostumbrado a que los niños repitan y repitan, cientos de veces su misma película favorita. Mientras los adultos, por lo general, a la tercera repetición ya están hartos, los niños pueden continuar observando la película toda la vida.

Hay un por qué para esta actitud de los niños. Los psicólogos y científicos han estudiado la actitud de los niños y elaboraron una teoría que explica esta situación.

Señalaron que la causa es el funcionamiento del cerebro de los niños. Están preparados para aprender habilidades mediante la repetición de patrones.

Explicaron que no se trata de sólo habilidades prácticas o físicas (que explican el gusto de los niños por jugar siempre a los mismos juegos en el recreo, a través de las generaciones: para perfeccionar mediante la repetición), sino el propio sentido del mundo.

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En el caso de las películas o la televisión, incluso seguir un argumento sencillo les supone un gran esfuerzo. De ahí que cada vez que vean la película se sientan contentos por entender cada vez mejor el hilo -mismo caso para los cuentos, los libros y las historias-.

La repetición constante no sólo les permite desarrollar mejores habilidades cerebrales (lingüísticas y narrativas), sino que “la repetición literal -ver el mismo contenido una y otra vez- mejora la comprensión y el aprendizaje. Con los niños más pequeños, la repetición no hace que la atención decaiga, y está demostrado que incrementa la participación de la audiencia”.

Es algo que sabe cualquier animador infantil: si los payasos de la tele utilizaban fórmulas y canciones es porque a los chavales les encanta poder gritar -incluso a la propia pantalla- algo que conocen.Joan Wenter, doctora en psicología del desarrollo, lo explicaba mejor al afirmar que “una vez que un niño ha dominado el diálogo de una película o la letra y baile de una canción, quiere celebrar su éxito participando de lo que ha visto, así que quiere continuar viendo [la película]". Aprenderse la sintonía de Dora la Exploradora es un éxito absoluto para un chaval, y quiere regodearse en él.

Se trata de una de las técnicas más básicas de aprendizaje, la misma por la que la educación clásica ha sometido a los niños a la tortura de las tablas de multiplicar cantadas o cualquier otra forma de convertir el saber en un patrón. En el caso de las películas animadas, la música y los colores brillantes atraen todavía más su atención, con lo que la cantidad de estímulos y recompensas de los visionados le hacen todavía más feliz.

Pero el mayor éxito de la repetición es permitirles anticipar el futuro. Werter, otra vez, contaba que "para los niños pequeños, hacer predicciones correctas es la muestra definitiva de habilidad. Dado que la vida es bastante impredecible para ellos, se sienten especialmente competentes al poder anticipar lo que sucede a continuación”.

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Y presumir delante de sus compañeros de edad: un niño que sabe lo que va a pasar a continuación en una historia es poco menos que un semidiós para otro que no tenga el mismo nivel de dominio.

 
Sobre todo en una narrativa compleja como es la del cine. Las películas tienen un lenguaje propio que todos hemos tenido que aprender, con convenciones sobre qué significan los planos, cómo se estructuran las historias y por qué en un momento podemos estar en un punto viendo a unos personajes y al siguiente en otro distinto, o incluso años después.

Cuando Simba se hace mayor en El Rey León nos parece un proceso sencillo, pero incluso esa simple elipsis cantarina es toda una proeza para un niño que todavía no entiende cómo funciona el tiempo.

Los científicos analizaorn que la edad destroza el placer que podemos extraer de la repetición. El mejor ejemplo es la música: escuchar la misma canción mil veces funciona hasta que el cerebro se acostumbra y deja de darnos dopamina -felicidad- en cada escucha.

Las experiencias se gastan. El sexo, el ocio, la aventura. Buscamos siempre la sensación más intensa, pero la reiteración -paradojas de nuestro cerebro- termina agotándola, quitando el placer que extraemos de ella.

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Con la salvedad de las películas de nuestra infancia: el ritual de ver por 168 "La Sirenita" nos satisface porque desarrollamos vínculos afectivos con nuestras ficciones, que nos devuelven a tiempos más simples.

Y es por lo que las canciones que nos gustaron en nuestros años formativos no se “gastan” como las novedades de nuestra vida adulta: el valor musical importa menos que el tiempo al que nos remiten, y el ritual que acompaña su consumo.
  

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