Son más de cincuenta kilómetros entre formaciones coloridas y muy vistosas. Conocé “El Mendigo”, “los Jardines Colgantes”, “El Elefante”, “El Sillón de Rivadavia”, entre otras figuras.
Para quienes decidieron pasar sus vacaciones en Mendoza, hay lugares que son realmente dignos de conocer. Uno de ellos es San Rafael, que tiene sitios de ensueño, como por ejemplo, el Cañón del Atuel. Partiendo desde pleno centro de Mendoza, en tres horas y media, llegás.
El Cañón del Atuel está aguas abajo del lago de El Nihuil y una verdadera maravilla geológica de millones de años. Para llegar se recorren más de cincuenta kilómetros entre formaciones impresionantes.
La erosión de viento y el agua tallaron sorprendentes figuras a las que se les fue poniendo nombres: El Mendigo, el Bosque de Coníferas, los Jardines Colgantes, El Elefante, El Sillón de Rivadavia, Los Monstruos, el Lagarto, y muchas más.
El Cañón comienza en el Embalse El Nihuil y tiene su desembocadura varios kilómetros aguas abajo del Embalse Valle Grande, con una extensión de unos 50 km y una profundidad promedio de 260 m.
Los rápidos del río Atuel son uno de los principales destinos para hacer rafting, kayak y cool river, y en los embalses cercanos, bici, escalada, rappel, canopy y tirolesa.
A 34 km de San Rafael, los llamados “rápidos del Atuel” invitan a vivir el río a través de la aventura: rafting, navegación en kayak y cool river son algunas de las experiencias imperdibles del lugar, al que se llega por la RP 173 (asfaltada hasta el dique Valle Grande).
En la zona hay prestadores especializados en esta actividades de aventura.
La Ruta Escénica RP 173 une San Rafael con la zona de los rápidos del río Atuel y los diques-embalses Valle Grande y El Nihuil, en un recorrido de 85 km en total.
Este camino pasa por el impresionante Cañón del Atuel, que en 56 km de ripio y con paredones que pueden llegar a los 260 metros de altura, ofrece un paisaje imponente con formaciones coloridas talladas por el viento y las aguas del río Atuel. Vale la pena hacerlo con tiempo, deteniéndose a admirar el paisaje.