Crear rincones que inviten a la pausa y al contacto con lo natural puede ser clave para mejorar el bienestar cotidiano. A través de recursos simples y accesibles, es posible transformar espacios exteriores en zonas que favorecen la introspección, la calma y el equilibrio emocional.
En tiempos de ritmo acelerado y sobrecarga digital, crear un espacio que invite a la pausa puede ser más que un lujo: una necesidad. Los jardines sensoriales se presentan como una opción ideal para quienes buscan reconectar con lo natural sin grandes inversiones. Lejos de requerir diseños sofisticados o presupuestos elevados, este tipo de jardín puede adaptarse a patios, balcones o rincones verdes con materiales sencillos y especies accesibles.
La clave está en estimular los sentidos a través de elementos cotidianos. Para el olfato, basta con incorporar plantas aromáticas como lavanda, romero, menta o albahaca, que además de perfumar el ambiente, son fáciles de cultivar en macetas. El tacto puede trabajarse con texturas vegetales diversas: hojas aterciopeladas como las de la salvia, espigas suaves o cortezas rugosas que se consiguen en viveros locales. Incluso una alfombra de césped o piedras redondeadas puede sumar sensaciones al caminar descalzo.
El oído también tiene su lugar: una pequeña fuente casera con motor reciclado, campanas de viento o el simple sonido de las hojas movidas por el aire pueden generar un efecto relajante. Para el gusto, una mini huerta con hierbas comestibles —como perejil, cebollín o tomillo— permite integrar sabores al jardín y fomentar el autocuidado. Y en cuanto a la vista, jugar con contrastes de color, formas orgánicas y sombras naturales puede transformar cualquier rincón en un paisaje emocional.
“Un jardín sensorial no necesita ser perfecto, sino significativo. Lo importante es que refleje lo que cada persona necesita sentir”, afirma el paisajista Paco Díaz, especialista en diseño emocional. Según él, estos espacios funcionan como refugios que regulan el estrés, favorecen la introspección y mejoran la calidad de vida. En contextos urbanos, donde el contacto con la naturaleza suele estar limitado, contar con un rincón verde puede marcar una diferencia real.
En Mendoza, donde el clima seco y las estaciones marcadas ofrecen desafíos particulares, se recomienda optar por especies resistentes como suculentas, lavanda, gramíneas ornamentales y cactus. Para sumar sombra y frescura, se pueden usar pérgolas con telas livianas, cañas o plantas trepadoras como la pasionaria. Los materiales reciclados —palets, macetas de barro, piedras de río— permiten diseñar sin gastar de más y con identidad local.
Más allá de lo estético, el jardín sensorial propone una experiencia. Es un espacio que invita a detenerse, observar y sentir. Porque a veces, lo que necesitamos no es más tecnología, sino más naturaleza. Y está al alcance de nuestras manos.