Infarto por estrés, el asesino silencioso

Infarto por estrés, el asesino silencioso

En un mundo donde la presión y la ansiedad parecen ser parte del día a día, el estrés se erige como un factor de riesgo cardiovascular significativo. Enterate de todo en esta nota.

En las últimas décadas, el ritmo acelerado de la vida moderna ha transformado nuestras rutinas, llevándonos a un estado de constante alerta y presión. Las exigencias laborales, las responsabilidades familiares y las preocupaciones económicas han hecho del estrés un compañero habitual en la vida de muchas personas. Sin embargo, este fenómeno no es solo un problema emocional; el infarto por estrés puede tener consecuencias devastadoras si  no se escucha al cuerpo.

El cuerpo habla

El infarto de miocardio, comúnmente conocido como ataque al corazón, ocurre cuando el flujo sanguíneo a una parte del corazón se interrumpe, lo que puede causar daño al músculo cardíaco. Diversos factores contribuyen a esta interrupción, entre ellos la acumulación de placas en las arterias, la hipertensión y, notablemente, el estrés. Estudios han demostrado que situaciones de estrés agudo pueden provocar cambios fisiológicos que afectan la salud cardiovascular.

Según precisó el médico cardiólogo Andrés Donadi explicó “el infarto por estrés es el cese de la circulación hacia el músculo cardíaco por diversas causas. La mayoría de ellas se debe por una obstrucción coronaria, que sumados a factores de riesgos generan que esto pueda llegar a producirse. Hay factores modificables (hipertensión, tabaco, diabetes) y otros que no lo son (la edad, el sexo etc), y entonces en estrés ha pasado a ser un factor más de riesgo.

-¿Es evitable el estrés crónico?

Lamentablemente es muy complejo ya que no vivimos en países con cierto grado de equilibrio de lo que nos pueda afectar por ejemplo a nivel económico. Sin embargo, podemos hacer medidas preventivas.

-¿Qué sucede cuando nos estresamos?

Durante una respuesta al estrés, el cuerpo libera hormonas como la adrenalina y el cortisol. Estas hormonas desencadenan una serie de reacciones: aumento de la frecuencia cardíaca, constricción de los vasos sanguíneos y elevación de la presión arterial. Estos cambios son útiles en situaciones de peligro inmediato, pero cuando el estrés se convierte en crónico, el cuerpo se mantiene en un estado de alerta prolongado, lo que puede resultar en daños a largo plazo.

Los expertos han identificado varios mecanismos a través de los cuales el estrés puede contribuir al riesgo de infarto. Uno de ellos es el aumento de la inflamación en el cuerpo. El estrés crónico puede provocar que el sistema inmunológico se vuelva más reactivo, lo que puede resultar en la inflamación de las arterias y la formación de placas ateroscleróticas. Estas placas, al romperse, pueden obstruir el flujo sanguíneo y desencadenar un infarto.

Además, el estrés puede llevar a comportamientos poco saludables que aumentan el riesgo cardiovascular. Muchas personas recurren a hábitos como el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, la mala alimentación y la falta de ejercicio como formas de lidiar con el estrés. Estos hábitos no solo agravan el problema, sino que también crean un ciclo vicioso donde el estrés y los comportamientos no saludables se refuerzan mutuamente.

El estrés en ascenso

La relación entre el estrés y el infarto se vuelve aún más alarmante cuando se considera la prevalencia del estrés en la población actual. Según la Organización Mundial de la Salud, los trastornos de ansiedad y el estrés son cada vez más comunes, y la pandemia de COVID-19 ha exacerbado esta situación. Las medidas de aislamiento, la incertidumbre económica y las preocupaciones por la salud han incrementado los niveles de estrés en muchas personas, elevando el riesgo de problemas cardiovasculares.

“Ante esta realidad, es crucial adoptar estrategias efectivas para gestionar el estrés y proteger la salud cardiovascular. La práctica regular de ejercicio físico, técnicas de relajación como la meditación y el yoga, y el establecimiento de rutinas saludables de sueño son algunas de las maneras de mitigar los efectos del estrés. Además, buscar apoyo social y profesional, ya sea a través de amigos, familiares o terapeutas, puede ser fundamental para enfrentar situaciones estresantes de manera más efectiva”, argumentó Donadi.

La educación y la concienciación sobre los riesgos del estrés son también esenciales. Muchas personas pueden no ser conscientes de cómo el estrés afecta su salud cardiovascular. La prevención comienza con el reconocimiento de los signos de estrés y la búsqueda de ayuda antes de que se convierta en un problema crónico. Las campañas de sensibilización y los programas de bienestar en el lugar de trabajo pueden desempeñar un papel clave en la promoción de una vida más equilibrada y saludable.

Sin dudas el infarto por estrés es un fenómeno que no debe subestimarse. En una sociedad que valora la productividad y el rendimiento, es vital recordar que cuidar nuestra salud mental y emocional es igualmente importante. La conexión entre el estrés y el infarto subraya la necesidad de un enfoque integral de la salud, donde la prevención, la educación y el autocuidado se convierten en pilares fundamentales. Solo así podremos enfrentar los desafíos de la vida moderna sin comprometer nuestra salud y bienestar.

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