Octubre se instala como el nuevo diciembre del agotamiento, revelando que en la vorágine de la vida moderna, dormir no siempre es suficiente para recargar energías. Allí aparece la denominada fatiga y cansancio emocional. La palabra profesional.
La fatiga se ha convertido en una sombra constante en la vida contemporánea. Históricamente, el cansancio era la simple consecuencia del esfuerzo físico o la falta de sueño, una deuda que se saldaba con una buena noche de descanso. Hoy, sin embargo, muchos se encuentran con un tipo de agotamiento más profundo y persistente, una fatiga que no se supera durmiendo . “Este fenómeno nos obliga a ser menos reduccionistas ya mirar la complejidad de la vida actual, una vorágine ineludible que nos insertó en una realidad de desgaste permanente, distinta a la de generaciones anteriores”, destaca la psicóloga Vanesa Elías.
La fatiga de la zociedad 24/7
El calendario emocional parece haberse adelantado. Solíamos asociar diciembre con la culminación agotadora del año; ahora, octubre se siente como el nuevo diciembre a la hora del agotamiento. “Esta sensación temprana de desgaste es un síntoma de que el ritmo diario es insostenible. La presión constante por la productividad, la multitarea y la conexión ininterrumpida crean una demanda energética que excede la capacidad de recuperación del cuerpo y la mente. No es solo cansancio físico; se trata de una saturación que se manifiesta en varias dimensiones”, argumenta la profesional.
-¿Trasciende lo físico?
La salud mental y emocional ha cobrado especial relevancia. Expertos señalan la existencia de fatiga que trasciende lo físico. El cansancio emocional surge de sostener situaciones tensas o emociones complejas sin un espacio para su descarga, llevando a la irritabilidad, apatía e indiferencia afectiva. Paralelamente, el cansancio sensorial es la respuesta de nuestro sistema nervioso al exceso de estímulos: el ruido de la ciudad, las luces, las conversaciones constantes, pero sobre todo, la dependencia de la tecnología y las pantallas. Este constante bombardeo sensorial genera una saturación mental o un ‘ruido interno’ que el sueño por sí solo no logra silenciar.
El cansancio post-pandemia y la hiperconexión
La pandemia del COVID-19 marcó un antes y un después en nuestra relación con el cansancio. El estrés crónico y la incertidumbre prolongada se han sumado a una posible secuela conocida como el síndrome de fatiga postviral o, en casos más graves, la encefalomielitis miálgica/Síndrome de Fatiga Crónica (EM/SFC), una condición que provoca un agotamiento debilitante que no mejora con el reposo. Además, la migración obligada de gran parte de nuestra vida a los entornos digitales exacerba el problema de la hiperconexión.
“La tecnología, si bien es una herramienta, se ha convertido en un drenaje de energía. La dependencia de las redes sociales y la constante revisión de notificaciones generan una liberación intermitente de dopamina que, a la larga, dispara la ansiedad y el agotamiento mental. Estamos siempre disponibles, siempre ‘on’, y esa falta de límites es la base de la fatiga. El problema no es el dispositivo en sí, sino el hábito compulsivo que hemos generado a su alrededor, una adicción de bajo nivel que afecta la concentración y la capacidad de disfrute. Una serie en Netflix, por ejemplo, puede ser un consumo pasivo y, por lo tanto, menos demandante mentalmente que el scroll activo y ansioso por las redes”.
El Pacto de la desconexión
Superar esta fatiga requiere una visión holística y, sobre todo, hacer acuerdos con nosotros mismos para reintroducir pausas y rituales de baja demanda. La solución pasa por desconectar las fuentes de agotamiento no física. Es crucial ser consciente del impacto de la tecnología y establecer límites firmes.
Una estrategia fundamental es el acuerdo de dejar el teléfono a una hora determinada por la noche. La luz azul y la actividad mental que promueven el uso del móvil antes de acostarse sabotean la calidad del sueño. Sustituir este hábito por actividades que promuevan la calma y la conexión con el cuerpo y el entorno es la clave. “Leer un libro (no en pantalla), escuchar música con atención, caminar al aire libre, o simplemente darnos una ducha tibia son actos de autocuidado que funcionan como pequeños reinicios del sistema nervioso. Estas acciones nos permiten salir de la vorágine, dejar de ser ‘adeptos a las redes que generan ansiedad’ y recuperar el control sobre nuestro tiempo y energía. La fatiga moderna es la señal de alarma de una vida desequilibrada. Reconocer que no se arregla solo durmiendo es el primer paso para cambiar el ritmo y recuperar el bienestar integral”, precisó la psicóloga.
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