El impulso de asistir a otros sin medir consecuencias puede derivar en vínculos desequilibrados, desgaste emocional y pérdida de autonomía. Un análisis profundo sobre cómo ciertas conductas, aunque bienintencionadas, pueden esconder necesidades no resueltas.
En una cultura que valora la generosidad y el altruismo, muchas personas adoptan el rol de “ayudadoras” sin medir el impacto que esa actitud puede tener en su bienestar emocional. El psicólogo Marcelo Ceberio, especialista en vínculos y terapia sistémica, advierte que el impulso de ayudar puede esconder una búsqueda de reconocimiento que, lejos de fortalecer la autoestima, la debilita.
“Muchas veces damos con una secreta expectativa de recibir afecto, valoración o reconocimiento”, explicó Ceberio en el programa Cada Tarde. Según el especialista, este tipo de ayuda no siempre nace de un lugar genuino, sino que puede convertirse en una forma de compensar carencias internas. “Es como tener una bolsa con agujeros: por más que te digan que sos fantástico, esa valoración se filtra y dura poco”, agregó.
El problema se agrava cuando el dar se vuelve compulsivo y sistemático. Personas que ayudan sin que se les pida, que se anticipan a las necesidades ajenas, pueden terminar agotadas o atrapadas en vínculos desequilibrados. “Hay quienes tienen un switch automático: escuchan que alguien no consigue un plomero y ya están buscando uno, sin que se lo hayan pedido”, ejemplificó Ceberio.
Este patrón puede derivar en relaciones de pareja donde uno de los miembros se vuelve hiperdependiente, mientras el otro se incondicionaliza. “La incondicionalidad lleva a invisibilizar al otro. Si yo doy todo, el otro no tiene nada que desear, y el deseo es clave en el vínculo”, sostuvo el psicólogo. En estos casos, el ayudador no solo se desgasta, sino que corre el riesgo de ser desvalorizado por quien recibe.
Ceberio también alertó sobre el impacto de esta dinámica en la crianza. Padres que resuelven todo por sus hijos, que les proveen sin límites, pueden generar adultos sin iniciativa ni deseo. “Si le das todo, desde el auto hasta el combustible, ¿qué incentivo tiene para buscar trabajo?”, planteó. La sobreprotección, lejos de ser un gesto de amor, puede convertirse en un obstáculo para el desarrollo personal.
La clave, según el especialista, está en la selectividad afectiva. Ayudar no está mal, pero debe surgir desde un lugar consciente, medido y genuino. “Los verdaderos dadores son selectivos. No ayudan por sistema, sino por vínculo, por frecuencia afectiva”, explicó. El altruismo auténtico no busca aprobación, sino que responde a una convicción interna.
Mirá aquí la nota completa de Cada Tarde con el psicólogo Marcelo Ceberio