Literatura en elnueve.com

Un cuento para estas vacaciones: Receso existencial

Previo al receso invernal Fran Lucas nos comparte un cuento que recuerda al colegio público, sus pasillos llenos de historias y los romances que ocurrían recreo de por medio.

Por
Perfil autor
Redacción ElNueve.com
8 de julio de 2022 | 16:33

Durante algunas mañanas de invierno alcanzaba a ver la luna alumbrando el patio del edificio.

Mi nariz, incluso resfriada, lograba reconocer cada uno de los aromas que se asomaban desde el curso: la mina del lápiz, el cabello todavía húmedo de algunas compañeras y el tolueno del Liquid Paper. Con la misma perspicacia, las melodías matutinas también se instalaban dentro del lóbulo temporal de mi cerebro: el saludo de Ricardo Mur a la primera tanda de madrugadores, los bocinazos y el grito del canillita. El atronador ruido del centro.

Así como los días fríos se anudaban sobre la introspección de mis sentidos, los de primavera exaltaban sin vergüenza cada una de mis hormonas. La temperatura corporal interrogaba mi virginidad, mientras los besos a escondidas introducían el placer de lo clandestino. Todo lo que desde lejos parecía normal y olvidable, en primera persona, era único e intransferible. Desde el éxtasis de la campana del recreo, hasta la conmoción de encontrarte a un compañero en el colectivo.

Mi escuela desconocía la incómoda cortesía de las conversaciones genéricas y las rutinas aburridas que hoy invaden las oficinas. En la Carlos Varas Gazari solo nos saludábamos entre amigos, sin intermediarios, ni lobby. La atención era selectiva, los apellidos imborrables y los bancos, verdaderas postales de amor. La empatía no debía construirse, aparecía desde la nada y se quedaba en nosotros para siempre. Tampoco existía la grieta, con sus dualidades políticas, el alumnado entero estaba en contra de la preceptora y a favor de la hora libre.

Dentro del colegio público todos éramos iguales. Nos aglutinábamos frente a la única estufa del curso, almorzábamos el mismo sándwich de milanesa y todos, sin excepción, degustábamos el yerbeado gratuito de las diez de la mañana. Aquellos rituales explicaban mejor al comunismo que cualquiera de los documentos teóricos, con lo que choqué años más tarde, en la Facultad de Ciencias Políticas.

Entre las paredes de la secundaria se esconden mis mejores días. Allí conviven los recuerdos enamorados por la nostalgia y nuestra romántica juventud. Incluso hoy, mis ojos deforman cualquier paisaje que tenga enfrente cuando vuelvo a imaginarte entrando al curso para echarme de tu banco con la cara lavada y los párpados entredormidos. También me encuentro a mí mismo, con miedo entre los labios y adrenalina adolescente sobre la piel.

Vuelvo a deletrear tu nombre por primera vez para nunca más olvidarlo. Vuelvo a recrear cada mañana como si fuera una obra de arte renacentista. Pinto tus ojos verdes, esculpo la corta distancia que separa tu boca de la mía y escribo el guion de nuestros próximos diálogos y silencios cómodos.

A veces amanezco agitado por perderme inconscientemente entre los pasillos de la galería y encontrarme de nuevo con esos pibes que fuimos vos y yo. La atracción todavía es tácita, pero la amistad arrima cada instante un poco más nuestros cuerpos. Como un amante encubierto, cuento los segundos de tu risa, reflejo mis pupilas con las tuyas y conservo el olor de nuestro abrazo. Por más de que ese adolescente que fui no me escuche, le susurro siempre el mismo consejo:

“Preguntale si mañana, se quiere hacer la rata con vos”

Mendoza +

chevron_left
chevron_right

Viral +

chevron_left
chevron_right

Noticiero 9 +

chevron_left
chevron_right

Lo Último