El consumo de pornografía no comenzó con Playboy en la década de los 70 ni con Pornohub en el 2000, pues hay registros de piezas con dibujos sexuales explícitos en civilizaciones antiguas.
Pero es claro que con Internet su consumo se ha modificado radicalmente y se ha llegado a una popularidad impensada.
Y la ciencia, si bien ha comenzado a estudiar las repercusiones neurológicas del consumo del porno, tiene mucho camino por recorrer.
Sin embargo, con las primeras investigaciones, ya es claro que hay efectos catastróficos en los consumidores compulsivos de pornografía, como la depresión y la disfunción eréctil,
Según un estudio publicado por la Agence Universitare de la Francophonie, un grupo de científicos realizó investigaciones al respecto, específicamente sobre las conexiones neuronales que subyacen bajo los procesos memorísticos y de aprendizaje.
La accesibilidad y el anonimato proporcionado por el consumo de porno online, nos convierte en sujetos extremadamente vulnerables a los efectos híperestimulantes de la pornografía.
Según la investigación, a largo plazo, el porno podría provocar disfunciones sexuales, es decir, provocar problemas para conseguir una erección o alcanzar el orgasmo al tener relaciones con una persona.
Asimismo, el grado de satisfacción con la relación sexual y el compromiso con la pareja se ven afectados en aquellos que consumen pornografía regularmente.
Algunos científicos comparan el consumo de imágenes pornográficas con el consumo de sustancias adictivas, y es así que algunas personas sólo pueden lograr la satisfacción sexual mirando imágenes.
“La pornografía satisface todos los requisitos previos para el cambio neuroplástico. Cuando los pornógrafos se jactan de que están introduciendo nuevos temas en sus producciones, lo que no dicen es que deben hacerlo porque sus clientes están creando una tolerancia al contenido" asegura el psiquiatra Norman Doidge.
El porno, como las sustancias adictivas, está hiperestimulando ciertos disparadores que producen una secreción de altos niveles de dopamina, que no hallan con la compañía real de una pareja.
Así, esta alteración en la transmisión de dopamina, pueden facilitar la depresión y la ansiedad, dos síntomas que manifiestan los grandes consumidores de pornografía.
Asimismo, otro de los hallazgos de los estudios, es la necesidad cada vez mayor en los usuarios compulsivos, incluso aunque no disfruten de lo que ven.
Esto produce una desconexión entre lo que desean y lo que les gusta muy preocupante.
Investigadores del Instituto Max Planck de Berlín, Alemania, comprobaron que elevar el consumo de porno se relaciona directamente con una menor respuesta cerebral a las imágenes pornográficas convencionales, lo cual explica por qué los usuarios tienden a explorar gradualmente otros tipos de pornografía cada vez más alejados de lo “habitual”.
Y los datos suministrados por Pornohub parecen respaldar esta teoría, pues revelaron que el sexo convencional interesa cada vez menos a sus consumidores, que lo sustituyen por temáticas como el incesto y la violencia.
Además, esta preferencia por la violencia en el acto sexual podría tener una incidencia y una correlación en la cantidad de hechos violentos que se producen en la vida real.
Y, finalmente, los investigadores aseguran que el consumo pornográfico se relaciona directamente con el desgaste de la corteza prefrontal, la zona del cerebro encargada de la función ejecutiva, que comprende la moralidad, la fuerza de voluntad y el control de impulsos.